miércoles, 22 de enero de 2014

Éxtasis



Creí que no estaba preparada, que no podría hacerlo, que me iba a derrumbar en cuanto me pusiese de pie. Como si siempre fuese la primera vez. Esa primera vez donde las dudas te invaden, no estás segura ni de ti ni de nadie, pero aún así el deseo te impide reaccionar y huir porque realmente quieres estar ahí, aunque duela.
Entonces me armé de valor: cerré los ojos, conté hasta tres y di un paso enfrente. En cuanto los abrí me creí desvanecer... Ahí estaba, mirándome a los ojos y haciéndome creer importante, especial. No pude rechazar esa oferta, y me decidí a devolverle la mirada y entonces pasó: me desprendí de mi misma. Dejé de ser yo con una sutileza increíble para convertirme en lo que quería que fuese, en lo que yo siempre quise ser. Y nos perdimos durante segundos, minutos... incluso horas. Horas en las que mi cuerpo dejó de funcionar y mi mente no existía. Horas en las que llegué a un estado que jamás creí posible, dónde di lo mejor de mí incluso sin saberlo, incluso sin saber cómo lo hice, tan sólo dejándome llevar. Eso es todo, dejarse llevar. Ser consciente de que gracias a ti sienten lo mismo que tú. Sí, ese es el punto. El punto en el que ofreces más de lo que te dan, pero a la vez nunca serías capaz de dar nada de ti sin esa mirada cómplice, sin esa sensación de desnudez, sin la vulnerabilidad que te proporciona saber que estás a disposición máxima y absoluta de aquel que recorre todo tu cuerpo con sus ojos.
Y entonces se acabó. El éxtasis total. Una corriente de electricidad llegó desde las uñas de los pies hasta mi último pelo erizado. Acabé exhausta, sin percepción de tiempo, lugar ni, incluso, de mí misma. El cuerpo comenzó a responderme y en mi mente sólo había una paz indescriptible. Mi vista esclareció, busqué su mirada y entonces lo vi: había conseguido transportarle también, liberarle , le hice feliz. Sólo quería llorar de felicidad al saber que me lo agradecía y no quería dejarlo, no quería hacerlo, pero al final cesaron los aplausos y bajé del escenario.
Ahí lo comprendí. Comprendí que había encontrado la definición de felicidad y que, aunque era la misma que la de sacrificio, todas esas sensaciones y emociones eran las que yo quería que definiesen mi vida. Quería que al preguntarme cuál era la palabra, sólo una palabra, la que me describía fuese: Teatro.