Sonríe. Como cada mañana. ¿Por qué no iba a sonreír? Tiene una vida fácil, buenos amigos... ¡muy buenos amigos!, una familia que le quiere, trabajo y estudia lo que realmente le hace y sabe que siempre le hará feliz. Se levanta y se mira al espejo: sus ojos aún ligeramente maquillados, las ojeras oscuras, el pelo alborotado, ese pijama viejo y horrible pero que es tan cómodo... Y sabe que hoy será un buen día.
Se mete en la ducha creyéndose con todo el tiempo del mundo y de repente, se acuerda de una canción que siempre le hace reír y la canta y baila torpemente hasta estallar, imaginando lo absurdo que sería que entrase alguien y le viera saltando en la ducha al ritmo de ''Mi rumba tarumba''. Sin dejar de reírse cada vez que se acuerda, va a clase y se le pasan las horas volando: le han dado por fin la nota de aquel examen que tanto se preparó y del que no estaba segura... ¡aprobado!; además, una de sus mejores amigas le ha dicho que está saliendo con el chico con el que tanto tiempo lleva tonteando. ¡Se alegra tanto por ella! Tenía muchas ganas de verla feliz.
Se va corriendo al supermercado donde trabaja pensando que llegaría tarde y se pone manos a la obra. Estando en caja, aparece un señor mayor al que le cuesta contar sus monedas. Ella, intentando ser amable y sin que se note demasiado que esta preocupada por la cola que se está creando, le ayuda y el hombre, agradecido y con los ojos iluminados, le dice que es muy guapa y que le recuerda a su hija pequeña, a la que afortunadamente va a ver casar dentro de dos semanas. Ella, emocionada, le da las gracias y la enhorabuena, no puede dejar de pensar en ese hombre y en la ilusión que le haría verla de blanco.
Por fin ha acabado su turno, y cansada llega a casa y su madre le ha hecho una pizza casera, ¡con lo que le gusta! Cena mientras ve ''The holiday'' por milésima vez hasta quedarse casi dormida en el sofá. Su padre le despierta y le dice que se vaya a la cama ya que estará más cómoda. Sabe que tiene razón.
Se tumba en la cama y ¡que a gusto se está con las sábanas fresquitas! Intenta coger la posición pero no logra estar tan bien como en el sofá. Empieza a dar vueltas, cierra los ojos e intentando dormirse, empieza a recordar el maravilloso día que ha tenido. El examen, su amiga, el señor del super, la canción... Debería sentirse feliz. La gente a su alrededor lo es. Le encantaría que su amiga lo fuese por mucho tiempo, enamorada... ¡quién lo diría! Da más vueltas en la cama y aún hay trozos fríos. Los agradece. Sobra cama. O falta gente. Falta él. ¡Se habría reído tanto si hubieran bailado juntos en la ducha! ¿Le irá todo bien? Seguro que sí. Seguro que es feliz. Tanto como ella. ¿Se alegraría si supiera que ella es feliz? Le encantaría saberlo. Coge el móvil y mira su número. No. No puede. No debe. No le hablará. ¿Qué necesidad tiene de contarle cómo le va la vida? Fue él quién decidió no querer formar parte de ella. Seguro que no le interesa como esté. Ahora le interesará la vida de otra chica. O quizá no. Quizá aún piense en ella. No. Se quita rápidamente esa idea de la cabeza. Seguro que ha conocido a alguien. Y van juntos a dar paseos por la playa. Y ven abrazados la tele. Y se persiguen corriendo por los pasillos de su casa. Y le besa por detrás mientras está cocinando algo rápido... Dios, como lo echa de menos. La almohada nunca olerá como él. Nadie olerá como él. Aunque ya casi no recuerda su olor, sabe que si lo volviera a oler lo reconocería de inmediato. Ojalá estuviera ahí con ella. Abrazándola. Sólo con sentirlo al lado podría dormirse de inmediato. Le ofrecía tanta tranquilidad... Con un abrazo suyo se sentía tan protegida que podría enfrentarse a cualquier cosa. Y con un beso... ¡Ay, sus besos! Lo que daría por volver a sentir uno de esos. Pero sabe que no lo hará. Todo eso pasó y ya nunca volverá a pasar. No con él. Se siente agotada. Le da la vuelta a la almohada aún sabiendo que dentro de poco esta parte también estará mojada. Las lágrimas le duermen. Como cada noche.